Cuando estábamos en Yangon, fuimos a un supermercado a comprar algo para la cena. En una de las atestadas estanterías, vi un producto de una marca concidísima para mí. Este hecho no tendría nada de significativo si no fuese porque es considerablemente difícil encontrar artículos occidentales en Myanmar y más aún de una compañía en la que trabaja uno de mis mejores amigos.
Saqué una foto del lineal y se la envié por Whatsapp en cuanto encontré conexión wifi. Me pareció una curiosa coincidencia y la perfecta excusa para saludarle. Recibí su respuesta el viernes pasado y en ella encontré, sin pretenderlo, el motivo de este post. Dejando a un lado los detalles de su vida privada, me llamó especialmente la atención la forma en que se despidió:
«Ya hablamos!! Pero tú no mucho, que me siento un primazo aquí vestido de pingüino haciendo el capullo con el Excel mientras tú vives!!!»
Sinceramente, me encantó leerlo. Que una persona a la que respeto, admiro y quiero profundamente diga esto sobre mi forma de enfocar la vida hizo que mi ego revoloteara agitadamente de júbilo y autocomplacencia. Los argumentos acerca de mi decisión de cambiar, de dejarlo todo atrás, estaban «justificados» por una voz a la que había otorgado total autoridad para juzgarme. Fue como si mi identidad se reforzara de golpe.
El sábado al mediodía, sus palabras seguían resonando con fuerza en mi interior. Me planteé varias preguntas: ¿es verdad que yo vivo y él no?, ¿es realmente mejor mi planteamiento vital que el suyo?, ¿no somos los dos igualmente amos de nuestras decisiones y esclavos de las consecuencias que de ellas emergen? Y por último, ¿qué es lo que dice mi cuerpo de todo esto?
En el trayecto en Pick-Up del Lago Inlay a Kalaw, me di cuenta de algo. Sin quererlo ni beberlo, había vuelto a caer en mis antiguos patrones de funcionamiento. Me había dejado arrastrar por mi mente. La opinión subjetiva de mi amigo, condicionada por su pasado y situación actual de vida, tuvo un reflejo directo en mi estado de ánimo.
Pese a que estaba contento, me sentí muy vulnerable de nuevo. ¿Cómo podía volver a poner mi felicidad, o infelicidad, en los juicios de otros y perder el control adquirido sobre mí mismo en las últimas semanas? ¿Cómo era posible que después de lo aprendido en el monasterio fuera capaz de recaer en tan insana costumbre, en tan poco tiempo? Ahí empecé a exigirme estar más presente, a no dejarme llevar de esa manera por los estímulos exteriores. Me flagelé durante un buen rato, hasta que lo entendí.
Todo esto da igual. No tengo motivos para reprocharme nada. Fue, y ya está. Sin más. Ni bueno, ni malo. Solo se trata de una experiencia. El resultado es que pude observar cómo a partir de ese mensaje, infinidad de pensamientos aparecieron sin control, mis emociones se dispararon por completo y dejé de sentirme en armonía hasta caer en un estado de falsa autosatisfacción y autorealización. Vi como mis mecanismos de respuesta automáticos siguen ahí, no se han desvanecido.
Lo más positivo que obtengo de esta situación, es que sigo siendo capaz de utilizar las herramientas que adquirí en mi experiencia monástica y estar atento al surgir de mis pensamientos, emociones y sensaciones. A diferencia de antes, esta vez tan solo tardé unas horas en comprenderlo y recuperar mi estado de tranquilidad física, mental y emocional.
Hasta aquí la historia del flashback que me ayudó a bajar de la nube de la inconciencia y volver al aquí y ahora…
Carai, la teva fortalesa és la teva gran feblesa.