He aquí un segundo post que se había «traspapelado»…
Al principio de mi estancia aquí, veía como principal inconveniente deber andar 45 minutos de ida y 45 de vuelta para poder conectarme a Internet. Os soy sincero, si hubiese tenido una conexión más cercana, ahora os estaría escribiendo desde Australia.
Debido al vértigo que sentí al llegar, estaba totalmente decidido a irme allí unos meses a trabajar de lo que fuese, llenarme el bolsillo y volverme para Barcelona. Tenía la fecha decidida y todo. Estoy más que contento de no haber comprado el billete siguiendo mi impulso.
Las dificultades logísticas me regalaron el tiempo necesario para darme la oportunidad de empezar a gozar de mi estancia aquí. Volví a sentir la ley de la naturaleza, ya que mis pensamientos sobre Australia y mi agobio por llegar al monasterio resultaron ser, como no, impermanentes. Aparecieron, tomaron fuerza y en menos de diez días se desvanecieron de nuevo.
A su vez, tomé conciencia de una pauta de comportamiento repetitiva en mi vida: hasta ahora no me había detenido nunca ante una situación adversa. Siempre reaccionaba automáticamente en el mismo instante en que ésta se producía.
He descubierto que vale la pena frenar un poco y dejar que las cosas fluyan por sí solas, aunque al principio el impulso sea actuar de alguna forma determinada. No es lo más fácil del mundo pero, de este modo, acabas tomando las decisiones de forma natural, sin precipitaciones.
Sienta de maravilla funcionar así, con una plena aceptación del ahora. El tiempo deja de ser un obstáculo. Tu siguiente paso simplemente sucede. No hace falta buscarlo, ya que harás lo que tengas que hacer en el momento que lo necesites. Así pues, ¿qué necesidad hay de planificarlo absolutamente todo?