La monja birmana que se hizo la sueca

Hoy, Thi Thi, la dueña de la fonda donde nos hospedamos, nos ha invitado a una celebración de Luna Nueva en el monasterio de Kalaw. Debían ser cerca de las 11.30 de la mañana.

Para empezar, nos ha llevado a ver como comían los monjes y ha insistido en que les sacáramos unas fotos. Lo cierto es que nos generaba un poco de apuro pero, vista su insistencia, hemos acabado accediendo.

A continuación nos hemos dirigido a un comedor de civiles ocupado por unas 100 mujeres y 5 hombres. Había un ajetreo constante y las mesas redondas, a un palmo y medio del suelo y de unos 6 comensales, rebosaban de distintos platos de comida de la etnia Shan.

Nada más entrar, hemos podido sentir como la mayoría de sus ojos nos escudriñaban ya que éramos los únicos foráneos. Gina parecía una rock star acompañada de un jugador de basket (jamás me había sentido tan alto).

Nos hemos sentado en el suelo, en una mesa ocupada por 4 mujeres que nos han recibido con grandes sonrisas y muestras de afecto. Parecía que ninguna de ellas hablaba una palabra de inglés, ya que Thi Thi nos hacía de traductora todo el rato.

Todo ha fluído así hasta que les he dicho que me dedico a dar clases de meditación. De pronto, los ojos de una de las mujeres, llamada Naing Naing, se han encendido y ha empezado a hacerme preguntas en inglés. ¡La muy monja se lo tenía callado! A los pocos minutos, me ha preguntado si estaría interesado en conocer al Sayadaw (abad) del monasterio y a su mano derecha. He dicho que sí sin dudarlo. Sentía cierta pereza por la barrera del idioma pero he tomado conciencia de ella, la he respirado y se ha desvanecido rápidamente. He mirado a Gina y ha asentido con la cabeza.

Primero hemos conocido al segundo de a bordo. La conversación, si así puede llamarse a lo que hemos tenido, apenas ha durado unos minutos. Hemos intercambiado varias sonrisas y nos ha despedido muy amablemente después de ofrecernos te y unos dulces locales.

En segundo lugar, hemos ido al kuti (aposentos) del Sayadaw. En un principio, pensaba que en 3 minutos estaríamos fuera ya que había poco o nada que hablar; pero se han convertido en 45 y hemos mantenido una larga e interesante charla de meditación, con Naing Naing como intérprete.

Bueno, más que una charla, yo le hacía preguntas acerca de mi práctica personal y él me aclaraba mis dudas. Hemos vivido un intercambio maestro-alumno que me ha hecho perder la noción del tiempo. Ha sido un encuentro inesperado y mucho más que provechoso que me ha dejado con una profunda sensación de satisfacción y creatividad.

Australia. La aventura que no viví… ¿o sí?

He aquí un segundo post que se había «traspapelado»…

Al principio de mi estancia aquí, veía como principal inconveniente deber andar 45 minutos de ida y 45 de vuelta para poder conectarme a Internet. Os soy sincero, si hubiese tenido una conexión más cercana, ahora os estaría escribiendo desde Australia.

Debido al vértigo que sentí al llegar, estaba totalmente decidido a irme allí unos meses a trabajar de lo que fuese, llenarme el bolsillo y volverme para Barcelona. Tenía la fecha decidida y todo. Estoy más que contento de no haber comprado el billete siguiendo mi impulso.

Las dificultades logísticas me regalaron el tiempo necesario para darme la oportunidad de empezar a gozar de mi estancia aquí. Volví a sentir la ley de la naturaleza, ya que mis pensamientos sobre Australia y mi agobio por llegar al monasterio resultaron ser, como no, impermanentes. Aparecieron, tomaron fuerza y en menos de diez días se desvanecieron de nuevo.

A su vez, tomé conciencia de una pauta de comportamiento repetitiva en mi vida: hasta ahora no me había detenido nunca ante una situación adversa. Siempre reaccionaba automáticamente en el mismo instante en que ésta se producía.

He descubierto que vale la pena frenar un poco y dejar que las cosas fluyan por sí solas, aunque al principio el impulso sea actuar de alguna forma determinada. No es lo más fácil del mundo pero, de este modo, acabas tomando las decisiones de forma natural, sin precipitaciones.

Sienta de maravilla funcionar así, con una plena aceptación del ahora. El tiempo deja de ser un obstáculo. Tu siguiente paso simplemente sucede. No hace falta buscarlo, ya que harás lo que tengas que hacer en el momento que lo necesites. Así pues, ¿qué necesidad hay de planificarlo absolutamente todo?

1990

Este post se quedó en el tintero…

Jueves 20 de junio de 2013. Estamos en Hsipsaw, un pequeño pueblo del noreste de Myanmar. Tumbado en el colchón del dormitorio compartido donde voy a pasar esta noche y la de mañana, me dispongo a contaros una experiencia… ¡cojonuda! Perdón por el lenguaje, pero es que ha sido brutal.

Antes de bajarnos del autobús, ya teníamos claro que el objetivo básico en este lugar era alquilar unas bicis y recorrer los alrededores. A priori, un contra. Empezó a llover al dar la primera pedalada.

Al aterrizar en la Guest House después de 14 horas repartidas en dos buses y una espera de algo más de 2 horas y media en la estación más cutre en la que he estado hasta el momento, nos hemos pegado un duchazo y hemos salido a descubrir el pueblo bajo un sol abrasador.

Después de deleitar nuestros paladares con un plato de fideos cocinados al estilo tradicional de la etnia Shan, Cris y yo nos hemos subido en nuestras monturas y un gran nubarrón, de un gris muy oscuro, se ha apoderado del cielo. Perseguíamos encontrar una orilla accesible del río que atraviesa el pueblo para pegarnos un chapuzón. Y lo hemos logrado. Los presagios se han cumplido y ha caído un largo chaparrón.

La profundidad del río no superaba los 90 cm y el agua, de un color marrón café con leche brillante, estaba tibia. Me he sentado sobre una piedra del fondo que me permitía tener todo mi cuerpo sumergido, salvo la cabeza, obteniendo una perspectiva sensacional. Las infinitas gotas que han caído golpeaban con fuerza la superficie provocando un sinfín de diminutas pagodas líquidas. Ninguna ha aterrizado en el mismo punto. Ninguna ha sido igual que otra. Nuevamente, la ley de la impermanencia en todo su esplendor.

De vuelta a la Guest house seguía lloviendo bastante. Con mi camiseta totalmente empapada en el cesto de la bici y llevando puesto sólo el bañador, viajé en el tiempo. Si veía un charco, me abalanzaba sobré él con todas mis fuerzas para salpicar lo máximo posible. Cris rodaba unos 100 metros por delante de mí por el estrecho camino de tierra, así que no podía oir mis alaridos y risas constantes.

El decoro y «savoir faire» que siempre intento mantener brillaron por su ausencia. Allí estaba yo, ajeno al barro que salpicaba mi cuerpo, al qué dirán. Me sentí puro. Como cuando tenía 6 años. El único objetivo era conseguir abalanzarme sobre la parte más profunda de cada charco que se cruzaba en mi camino.

Experimenté una sensación que todavía recorre mi cuerpo. ¿Estuve presente? ¿Fui capaz de eliminar todos los juicios y prejuicios que subliminalmente marcan mi comportamiento? ¿Acaso importa?

Tata Myanmar! (¡Adiós Myanmar!)

Todo se aceleró desde que abandonamos Yangon. La vuelta a Tailandia prevista para el lunes 24, marcaba el calendario con una X gigante y en negrita. Las opciones de descubrir el país quedaban limitadas a 13 días de ruta.

Pasamos por Inlay Lake, Kalaw, Meiktila, el Monte Popa, Bagan, Hsipaw, Pyin Oo Lwin y Mandalay. Podría escribir un post con lo vivido en cada uno de esos lugares, pero, como podréis imaginar, resultaría muy tedioso para mí y eternizaría este blog.

Dicho esto, me gustaría concluir mi estancia en Myanmar describiendo el ejemplo más generoso que he vivido hasta ahora. Hace unos meses os contaba que con Cris, Matt, Markus y Robert había reaprendido el significado de la palabra compartir. También escribí sobre lo ocurrido con Aung, el chico birmano, en el monasterio. Lo que viví en esta última semana, superó ambas experiencias con creces.

En el Pick-Up que tomamos en el Monte Popa, Matt estableció una conversación con Nila, la propietaria de un pequeño puesto de souvenirs en el mercado de Bagan. Después de unas tres horas de viaje y muchas risas, nos dijo que fuéramos a hacerle una visita la mañana siguiente y nos invitó a cenar a su casa. Al principio intuí que su objetivo era puramente comercial, que había encontrado a cuatro mirlos blancos a los que intentar vaciarles los bolsillos. Mi estimado ego hacía acto de presencia de nuevo al anticipar tal actitud por parte de esta buena mujer, madre de dos hijos.

Cuán equivocado estaba. La realidad me dio una bofetada. Por la mañana, Nila nos ayudó a Matt y a mí a encontrar un par de cosas que necesitábamos en el mercado sin tratar de endosarnos ninguno de sus productos. Pagamos el precio local, y no el de los turistas (prácticamente el doble). Podría habernos pedido lo que quisiera y se lo habríamos dado sin rechistar. Pero no lo hizo. Mis prejuicios iniciales habían ido en sentido totalmente opuesto a la realidad. Sentí que este hecho volvía a ser un ejemplo muy valioso para continuar estando atento a mis pensamientos y no dejarme llevarme por ellos.

Por la noche, tenía un festín preparado para nosotros que consistía en 6 deliciosos platos típicamente birmanos. Fue, sin lugar a dudas, la mejor comida que he probado en Myanmar. Conocer a sus hijos, a Damond, su marido, a su madre y a su hermano, y pasar un par de horas en su más que humilde casita de madera antes de coger el autobús rumbo a Hsipaw, me permitió vivir una lección: una familia pobre me había abierto las puertas de su casa de par en par y me había tratado como a un verdadero rey.

Estamos en temporada baja, así que la ausencia de turistas conlleva bajas ventas en el mercado y Damond, que suele trabajar en un hotel, se encuentra sin trabajo en estos momentos. Su situación económica es mucho más que precaria. Pese a que les cuesta un mundo llegar a final de mes, no dudaron ni un instante en ofrecernos TODO lo que tenían. Si todos fuéramos un poco más así, el mundo sería un lugar mucho mejor…

J’ai zu ding va dee Nila & Damond!

Este post pone punto y final a esta etapa de mi experiencia en el sudeste asiático. Con él, me despido del inglés más cachondo que he conocido ya que vuelve al monasterio a pasar unos meses más y luego seguirá su viaje. Quizás nos volvamos a encontrar. Thank you for everything Matt! I loved the time we spent together and all the laughter and silly things we shared. See you maybe!!! 🙂

El Flashback que me hizo bajar de la nube

Cuando estábamos en Yangon, fuimos a un supermercado a comprar algo para la cena. En una de las atestadas estanterías, vi un producto de una marca concidísima para mí. Este hecho no tendría nada de significativo si no fuese porque es considerablemente difícil encontrar artículos occidentales en Myanmar y más aún de una compañía en la que trabaja uno de mis mejores amigos.

Saqué una foto del lineal y se la envié por Whatsapp en cuanto encontré conexión wifi. Me pareció una curiosa coincidencia y la perfecta excusa para saludarle. Recibí su respuesta el viernes pasado y en ella encontré, sin pretenderlo, el motivo de este post. Dejando a un lado los detalles de su vida privada, me llamó especialmente la atención la forma en que se despidió:

«Ya hablamos!! Pero tú no mucho, que me siento un primazo aquí vestido de pingüino haciendo el capullo con el Excel mientras tú vives!!!»

Sinceramente, me encantó leerlo. Que una persona a la que respeto, admiro y quiero profundamente diga esto sobre mi forma de enfocar la vida hizo que mi ego revoloteara agitadamente de júbilo y autocomplacencia. Los argumentos acerca de mi decisión de cambiar, de dejarlo todo atrás, estaban «justificados» por una voz a la que había otorgado total autoridad para juzgarme. Fue como si mi identidad se reforzara de golpe.

El sábado al mediodía, sus palabras seguían resonando con fuerza en mi interior. Me planteé varias preguntas: ¿es verdad que yo vivo y él no?, ¿es realmente mejor mi planteamiento vital que el suyo?, ¿no somos los dos igualmente amos de nuestras decisiones y esclavos de las consecuencias que de ellas emergen? Y por último, ¿qué es lo que dice mi cuerpo de todo esto?

En el trayecto en Pick-Up del Lago Inlay a Kalaw, me di cuenta de algo. Sin quererlo ni beberlo, había vuelto a caer en mis antiguos patrones de funcionamiento. Me había dejado arrastrar por mi mente. La opinión subjetiva de mi amigo, condicionada por su pasado y situación actual de vida, tuvo un reflejo directo en mi estado de ánimo.

Pese a que estaba contento, me sentí muy vulnerable de nuevo. ¿Cómo podía volver a poner mi felicidad, o infelicidad, en los juicios de otros y perder el control adquirido sobre mí mismo en las últimas semanas? ¿Cómo era posible que después de lo aprendido en el monasterio fuera capaz de recaer en tan insana costumbre, en tan poco tiempo? Ahí empecé a exigirme estar más presente, a no dejarme llevar de esa manera por los estímulos exteriores. Me flagelé durante un buen rato, hasta que lo entendí.

Todo esto da igual. No tengo motivos para reprocharme nada. Fue, y ya está. Sin más. Ni bueno, ni malo. Solo se trata de una experiencia. El resultado es que pude observar cómo a partir de ese mensaje, infinidad de pensamientos aparecieron sin control, mis emociones se dispararon por completo y dejé de sentirme en armonía hasta caer en un estado de falsa autosatisfacción y autorealización. Vi como mis mecanismos de respuesta automáticos siguen ahí, no se han desvanecido.

Lo más positivo que obtengo de esta situación, es que sigo siendo capaz de utilizar las herramientas que adquirí en mi experiencia monástica y estar atento al surgir de mis pensamientos, emociones y sensaciones. A diferencia de antes, esta vez tan solo tardé unas horas en comprenderlo y recuperar mi estado de tranquilidad física, mental y emocional.

Hasta aquí la historia del flashback que me ayudó a bajar de la nube de la inconciencia y volver al aquí y ahora…

Mi segunda primera vez

«System of a Down» retumba en mis auriculares mientras empiezo a escribir este post en el autobús. Estoy de camino al Lago Inlay con Matt y Cris. 12 horas de trayecto que pienso aprovechar para leer, escribir y meditar, además de dormir. Hoy es miércoles, y es de noche.

Los primeros días en la civilización después de más de dos meses y medio entre casi un millar de monjes, cojines de meditación de todos los tamaños, casitas de madera e infinitos paseos hasta la plataforma, han sacudido mi estado de letargo. Emociones y memorias que parecían olvidados han resurgido en mi interior.

El ruido, los colores, las formas y el movimiento de una ciudad tranquila como Yangon me aturdieron un poco al principio. Jamás habría imaginado que el camino a pie bajo la lluvia en busca del piso de Bart, un trozo de pizza, o la idea de volver a montarme en un autobús rumbo a lo desconocido podrían causar tan potente efecto. No recuerdo que se me haya erizado la piel tantas veces en tan poco tiempo. En el monasterio no tuve la sensación de que mis sentidos se hubieran apagado hasta tal punto.

Vuelven las sonrisas inocentes de los birmanos, la búsqueda de un puesto de comida decente donde llenar el buche y la definición del siguiente paso a andar en este viaje, entre otras muchas cosas. Al mismo tiempo, aunque de una forma menos intensa, reaparecen antiguas sensaciones. Las siento con una menor influencia sobre mí, como descafeinadas.

Es extraño. Vivo estos días desde una perspectiva más alejada, como si la vorágine no fuera conmigo. Como si flotara. Todo pasa por una especie de filtro de tranquilidad y armonía que me permite estar más atento a los pequeños detalles y soltar mi apego a las situaciones más rápidamente que antes, para así estar la mayor parte del tiempo aquí y ahora.

Lo más destacable es que Mokkhita (Markus) decidió volver a Pa’Auk Taw Ya y no unirse a nosotros en esta última experiencia en Myanmar. Tras pasar el día entero juntos, Cris y yo nos despedimos de él en la puerta norte de la Pagoda Schwedagon. Le acompañamos en silencio hasta allí. No hacían falta palabras. Ya nos lo habíamos dicho todo.

Un fuerte abrazo y un «See you maybe», acompañados de una sincera sonrisa en nuestros rostros, pusieron punto y final a algo más de tres meses de relación. Es el tercer gran amigo y compañero de viaje que dejo atrás, después de Robert y Uttinna (Hugo).

Auf Wiedersehen mein freund!

Here I am. On the road again…

La semana pasada decidí que mi etapa en Pa’Auk Taw Ya se había terminado. Ha llegado el momento de dar un nuevo paso en mi experiencia en el Sudeste Asiático. Una buena noticia. Cris se viene conmigo.

Hace unos días, mi cuerpo empezó a dar señales de incomodidad. Empezaba a quejarse. Al «escucharlo» más atentamente, me di cuenta de que, sin motivo aparente, estaba apático, sentía cierta ansiedad, me costaba más dormir y tenía menos apetito. Los detonantes resultaron ser evidentes pues con la llegada de las lluvias, se produjeron cambios significativos.

Tener que mantener cerradas las ventanas del kuti durante el día y la imposibilidad de ir a la plataforma, entre otros factores, me hicieron sentir como si empezara a vivir en seclusión. Mi día a día se oscureció repentinamente. Me apetecía vivir la estación de lluvias, pero, sinceramente, no a cualquier precio. ¿Os imagináis pasar 20 horas al día en un espacio de 6 metros cuadrados? ¡Qué horror! Por casualidad, o causalidad, Cris también se encontraba planteándose la opción de marcharse.

El primer paso fuera de Pa’Auk Taw Ya es ir a Yangon a por nuestros pasaportes. Allí veremos a Bart, un americano al que conocimos en su breve estancia en el monasterio. Lleva un año viviendo en Myanmar y nos ayudará a definir nuestra ruta por el país y quizás pueda alojarnos en su casa. Otra buena noticia. Matt y Mokkhita (Markus) han decidido acompañarnos y viajar con nosotros una semana. Aquí estamos los 4 con unos kilos de menos…

Me voy habiendo aprendido a identificar ciertos patrones de comportamiento que me llevaban a sentir emociones «incómodas». Ahora mismo soy menos reactivo ante las situaciones y las personas que provocan dichas sensaciones en mi interior. Soy más hábil a la hora de percibir el momento en que surjen mis mecanismos de respuesta y de darme la oportunidad de actuar de una forma menos automática y más adaptable a lo que esté aconteciendo.

En temas de meditación, he llegado a acercarme al estado de lo que técnicamente se denomina absorción en la concentración. Mi respiración se vuelve tan sutil que a veces la busco para confirmar que sigue allí, la percepción de mi cuerpo desaparece y los pocos pensamientos que surgen, se desvanecen casi al mismo instante. El estado de relajación física, mental y emocional que se consigue, facilita la observación interna y me ayuda a la hora de poner toda mi atención aquí y ahora.

Debo reconocer que es relativamente fácil mantener este estado en un monasterio, una vez has conseguido alcanzarlo. Me genera cierta expectación ver cómo va a ser mi vuelta a la vida social. ¿Seré capaz de mantener esta atención aquí y ahora, y la tranquilidad física, mental y emocional? ¿Sucumbiré a las distracciones y me dejaré llevar de nuevo por ellas? ¿Qué pasará con la meditación? ¿Continuaré sentándome a diario? ¿Lograré profundizar tanto como ahora? Ha llegado el momento de poner a prueba todo lo que he ido interiorizando estos dos últimos meses y medio.

Gràcies Txic! La lectura de Vivir el Sexo m’ha recordat com entendre les emocions i sensacions que estava observant des de feia uns dies. A vegades se m’oblida com de savi és el nostre cos…

—————

Por cierto, ¡creo que voy a pedir que me manden un Toyota Marki a casa! 😉

Domesticando la Mente

Siguiendo con las reflexiones empezadas en el post Marc Granja FM. Mi Radio Mental, vuelvo a hacer referencia al hecho de que nuestras mentes salten de un pensamiento a otro sin cesar. ¿Os habéis dado cuenta de que el 99,99% de dichos saltos ni siquiera sigue una secuencia lógica? En cuestión de milisegundos, pasamos de hacer mentalmente la lista de la compra a recordar unas vacaciones de nuestra infancia. Los budistas denominan a la mente, metafóricamente, «The monkey mind». Una definición muy gráfica y totalmente acertada, ¿no os parece?

Intentad dejar de pensar durante unos instantes. Al cabo de tan solo unos segundos de hacerlo, os daréis cuenta de que vuestra mente habrá tomado la iniciativa, sin pediros permiso, y os habrá llevado a Fantasilandia. En definitiva, dejaréis de estar presentes. En palabras de Eckhart Tolle: «No elegimos pensar. El pensar simplemente nos sucede«, igual que ocurre con la digestión o la circulación sanguínea.

¿Cómo tomar las riendas ante esta situación? ¿Qué se puede hacer para dejar de divagar sin ningún control? La teoría es simple y clara: debemos limitarnos a estar atentos al surgir de todos y cada uno de nuestros pensamientos, sensaciones y emociones. La clave es convertirnos en observadores de todo aquello que emana de nuestro cuerpo y mente, ya sea un recuerdo o una sensación agridulce en la boca del estómago causada por la ansiedad de un evento próximo, por ejemplo.

En la práctica no es nada sencillo, de hecho es sumamente difícil ya que debemos hacer frente a infinitas distracciones. Por suerte, existen herramientas para lograrlo. Aquí es donde la meditación entra como elemento facilitador. Al contrario de lo que siempre había pensado, ésta no tiene nada de místico. No se trata de levitar o mover objetos mediante la telequinesia. La meditación consiste en ejercitar la mente a través de ejercicios de concentración para domesticarla y no dejarla fluir a sus anchas por el pasado y el futuro.

Quitándole toda la parafarnalia religiosa, podemos percibir que meditar no es más que realizar gimnasia mental.

Centrarse en un solo objeto como la respiración, por ejemplo, nos permite disminuir la velocidad de crucero que llevamos en nuestro interior. En este punto nos encontramos con una nueva dificultad ya que la mente se niega a perder el dominio y responde poniendo en el centro de la pantalla las cargas emocionales más pesadas.

En un principio te dan ganas de salir huyendo, pero si te lo tomas con calma acabas viendo como, de nuevo, la ley de la naturaleza hace su aparición. Todos los miedos, dudas y complejos que inundan tu ser al inicio del proceso, acaban desapareciendo. Los trasciendes haciéndote consciente de su existencia efímera, es decir, te das cuenta de que no son más que recuerdos pasados o proyecciones a futuro que carecen de total importancia en tu presente. Permanecerán más o menos tiempo en tu cabeza, pero acabarán disolviéndose para dar paso a nuevas ideas que, a su vez, perpetuarán el proceso. Así pues, ¿por qué aferrarnos a ellos?

El resultado de la observación interna es lograr cortar de raíz nuestra identificación con esos pensamientos, sensaciones o emociones, es decir, dejar de estar poseídos por ellos. Dejar de sufrirlos. Se trata, básicamente, de eliminar el filtro que nos hace juzgar algo como bueno o malo y poder aceptarlo tal cual es; o sea, ser conscientes de qué estamos pensando o sintiendo. Sin más. Sin generar apegos a si nos sienta «bien» o «mal».

Analizándolo objetivamente, podemos ver que la mayoría de las veces tan solo son ilusiones y que la realidad de los hechos acaba siendo siempre distinta a lo que teníamos en la cabeza. Entonces, ¿por qué no esforzarnos en pasar más tiempo en el aquí y ahora y obviar todo ese proceso?

Reflexiones a la luz de las velas

Hace unos días mantuve una conversación nocturna más que interesante con Cris. En ella me di cuenta de una cosa, y es que en estos últimos meses la base de mis relaciones sociales ha cambiado.

A lo largo de mi vida, he conocido a muchas, muchas personas. He establecido distintos grados de profundidad, empatía y confianza en cada relación, pero todas ellas tenían un factor en común: la historia que contaba. En los últimos años, tenía que ver principalmente con la universidad, los dos negocios emprendidos, las oposiciones a bombero, el trabajo manual realizando reproducciones de obras de arte y la administración y contabilidad de dos pequeñas empresas. Este era yo. Era mi identidad. Lo que me definía como ser humano.

Pues bien, ahora mismo no funciona así. Resulta que mis compañeros de viaje se han convertido rápidamente en amigos sin conocer todo este ‘background’ hasta el momento tan importante para mí. Eso no impidió que desarrollaran un afecto y complicidad hacia mí de la misma magnitud que el que estoy acostumbrado a recibir de mis amigos de siempre. En este punto empieza mi reflexión.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué agrado a Cris, Markus, Matt y Hugo si no saben «quién» soy? ¿Cómo es posible compartir alegrías, diversión, dudas y temores si no sabemos nada o casi nada del pasado de cada uno? En definitiva, ¿cuál o cuáles son las características que me definen si no tienen que ver con mi historia?

Es como si siempre hubiera dado más importancia a lo que está en la superficie que a lo que realmente soy. Como si realmente me hubiera creído y sentido identificado con esa historia como único factor de mi valía como persona. Como si obviara todo lo demás. ¿Podría ser que sólo se tratase de un punto de vista, una percepción o de auto-juicios de mi propia imagen personal? Entonces, ¿qué o quién soy?

He pensado bastante en ello durante estos días y podría utilizar millones de adjetivos, positivos y negativos, para definirme, pero creo que seguiría describiendo una parte muy superficial de mí mismo. En palabras de Eckhart Tolle: «Definirte a ti mismo a través del pensamiento te limita». ¡Pues basta ya de limitarme!

Lo cierto es que cada día me siento más cómodo no sabiendo qué o quién soy ni hacia dónde me dirijo. No intento, ni pretendo, acabar mi experiencia en Pa’Auk Taw Ya sabiéndolo. Esto me hace sentir más y más libre de mí mismo. La auto-exigencia y la proyección a futuro constantes están perdiendo fuerza y presencia en mis pensamientos. Debo reconocer qué jamás antes había tenido esta sensación y que ¡sienta muy bien!

¿Os animáis a dejaros fluir y simplemente ser, sin juzgaros de ninguna manera? ¿Os atrevéis a no pensar en el futuro durante un par de días? Por unos instantes, no penséis… ¡y contadme qué tal! 🙂

El Acto de Aung Myat Ko (2a Parte)

Retomando la historia donde la dejé…

Aung vino a mi kuti porque había visto que ando descalzo por el monasterio (al igual que el resto del Meditation Team y algunos extranjeros más). Resulta que había visto un par de serpientes venenosas durante el día y quería avisarme del peligro. ¡Qué majo! Se tomó la molestia de venir y de esperarme durante más de una hora, sólo para decirme eso. Qué acto tan abrumadoramente compasivo y generoso. No estoy acostumbrado a vivir este tipo de situaciones con personas desconocidas.

Al sentarse en el suelo, con un tono tímido y su impecable inglés me contó porqué había decidido venir. Me dijo que suele intentar ayudar a los occidentales que ve por la calle, cuando le parece que están perdidos o buscan algún lugar en particular. Hasta ahí, todo normal. Le agradecí el gesto, soy consciente de las serpientes desde el primer día, y su regalo (recordad la bolsa con el zumo de naranja y las galletas).

Prosiguió diciéndome que yo le había llamado especialmente la atención al verme pasar por el pasillo del Dinning Hall a la hora del desayuno y la comida. Destacó que, a diferencia del resto de occidentales con los que interacciona, siempre que me veía, lucía una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro. Como ya os dije, muchos de los chavales nuevos simpatizaron con Cris, Matt y conmigo, así que al ir a buscar mi bandeja, no hacía más que saludar a todos los rostros conocidos. Como la mayoría de ellos no hablaban inglés, intercambiábamos sonrisas y gestos de complicidad.

Aung no es el primero que me ha hecho saber que esta actitud mía no le pasa desapercibida. El primero fue Unai, que durante nuestros años universitarios no paraba de decírmelo. ¡Tengo que reconocer que esta vez me sentó igual de bien que cuando él lo hacía! :p

Este chico me ha enseñado una lección vital. Se lo dije. Y ahí demostró una humildad impresionante al decirme que TENÍA QUE HACERLO. No se planteaba otra cosa que no fuese acercarse a mí y avisarme del peligro. Creía que al ser extranjero desconocía el riesgo de un encuentro con la fauna local.

Aung fue compasivo (temió por mi integridad física), generoso (me esperó más de una hora y me hizo un regalo) y humilde (se sonrojó cuando le dije: thank you, mate). Espero poder volver a cruzarme con él en esta vida… o en otra.

J’ai zu ding ba dee Aung!! (Gracias Aung!!)