¿Alguna vez os habéis parado a escucharos y os habéis dado cuenta del ruido que tenemos dentro de la cabeza? Pues bien, yo estoy en ello. Creía que lo hacía desde hace unos cuantos años, pero lo cierto, es que estoy empezando ahora. ¡Madre mía! ¡Es exagerado! Constantes alusiones al pasado, y todavía más al futuro. La mente no para en ningún momento. Ruido, ruido y más ruido. Todo son distracciones que nos impiden gozar del presente.
Os cuento mi experiencia. Siempre me había considerado independiente, así que buscaba y gozaba de mis momentos de soledad asiduamente. Cuán equivocado estaba. Aquí SÍ que me he sentido solo. Lejos de vosotros/as, de Barcelona, Vilanova, mi piso, el deporte, y un larguísimo etcétera de las cosas que llenaban mi vida, he vivido momentos de desesperación y auténtico pánico.
Perdido en un mar de dudas y con sensación de vértigo constante por la distancia, no paraba de imaginar planes de futuro: volver a casa en mayo, quedarme en Asia hasta finales de año, buscar trabajo en Tailandia, China o Australia… todos ellos con final trágico. Cada vez que me sentaba a meditar salía con un objetivo nuevo; y me siento cinco veces al día, ¡qué estrés!
Me he dado cuenta de una cosa, una raíz común en todas mis preocupaciones a futuro: el dinero. Resulta que le tengo miedo. Bueno, más bien a la idea de quedarme sin. Yo que iba de hippy y que no lo necesitaba para nada… Para hacer frente a esta planificación exacerbada del futuro, he desarrollado, a lo largo de mi vida, una obsesión por el control. ¡Primera gran área de aprendizaje detectada! Ahora ya la reconozco cuando aparece en mis pensamientos.
Puedo observar tranquilamente como aparecen nuevas ideas de cuál va a ser mi próximo paso y ser consciente de cuando se van. Estoy experimentando por primera vez en mi vida la ley de la naturaleza: todo es impermanente. Especialmente los pensamientos. Los ves venir e irse sin parar. Eso sí, tengo una ventaja. Estoy en un sitio donde no tengo acceso a internet, ni teléfono, ni nada que me conecte al »mundo real». No puedo seguir mis impulsos. Es una gran ayuda porque cuando tienes dibujado el plan perfecto y no lo puedes ejecutar al instante, te dices a ti mismo, en 3 días me conecto y hago esto o lo otro. Al día siguiente ya no estás 100% seguro, pero seguirías para adelante. Al siguiente, salen nuevas opciones que te hacen dudar. Y, al tercero, ya estás metido en otro plan que nada tiene que ver con el diseño original.
Las ideas vienen y van. La clave es darse cuenta y gozar de lo que tenemos entre manos, o sea, del presente. Por ejemplo, hasta hace unos días no me había dado cuenta de lo bonito que es este sitio. Vivía dentro de mi cabeza, totalmente identificado con mis pensamientos (qué mal estoy, ¿qué hago aquí?, ¿dónde están mi mujer, mis hijos, mi casa, mi plan de pensiones…? ¡seré imbécil!, me he equivocado otra vez…) y a punto he estado de perderme las maravillosas cosas que el universo me está ofreciendo aquí. Sólo quería irme. Huir. Este monasterio sólo ofrece presente, el pasado y el futuro no existen. Por eso me asustaba tanto. Nunca, o muy pocas veces, había experimentado la sensación de estar presente.
Mi segunda gran detección tiene que ver con la vergüenza. Estoy casi seguro que tiene su raíz en el miedo. El miedo a no cumplir con las expectativas que los demás tienen puestas en mí y que, inconscientemente, he hecho mías a pesar de negarlas prácticamente a diario. Miedo a no ser el Marc Granja brillante, con un estatus por encima de la media, millonario, que nunca va a quedarse calvo, a engordar ni envejecer, en definitiva, el que nunca va a fallar. ¿Os imagináis que presión? ¿Os ha pasado algo parecido a vosotros/as también? Ruido, ruido y más ruido. Lo más absurdo de todo es que es totalmente innecesario en nuestras vidas. Con la de cosas que hay por sentir, descubrir y compartir…
El budismo se basa, fundamentalmente, en estar en contacto con tu naturaleza más profunda y dejarla fluir sin impedimentos. Pues bien, esto es lo que hago en Pa’Auk Taw Ya. Estoy liberando mi mente. Estoy aprendiendo a hacerme consciente, estando atento al presente y dejando pasar todas aquellas ideas que surjen en mi interior. Tanto las malas como las buenas. La meditación no se basa en pensamiento positivo.
Os animo a que os auto-observéis. A que busquéis patrones de sufrimiento que surjan a menudo en vuestros pensamientos. Miradlos bien. ¡Son mentira! ¡No existen! Lo único real, es el momento en el que vivimos. No es difícil, solo hay que aprender observar sin juzgar.
Os propongo un ejercicio: elegid una actividad rutinaria que hagáis a diario (fregar los platos, comer, la ducha matutina, conducir hacia el trabajo…) y prestad toda la atención a lo que hacéis en ese momento. No penséis en qué haréis luego, o qué pasó ayer. Deleitaos con el momento presente. Lavad el tenedor, el plato y el vaso como si no lo hubiérais hecho nunca. Sentid el agua caliente, el olor del jabón, el tacto de vuestras propias manos en la cabeza como si nunca antes hubiérais podido ducharos, o como si fuera la última vez que lo fuérais a hacer. Cuando lo hagáis, si os apetece, ¡compartid la experiencia conmigo! Quizás vuestro ejemplo anime a otros/as a probarlo 😉