Carraspera selectiva

Hoy me gustaría destacar una situación ocurrida durante mi último retiro de meditación en el centro Dipabhavan en la isla de Koh Samui (Tailandia).


El hecho en cuestión no llamó mi atención de forma clara hasta la última práctica sentado del tercer día. Se trataba de la carraspera continua de uno de los participantes.
En dicha meditación estaba relativamente distraído mientras trataba de focalizarme en contar mis respiraciones. En un momento dado, capté una más que sonora aclaración de garganta de este chico. Al estar aburrido, decidí empezar a contar cuántas de mis respiraciones pasaban entre los sonidos que emitía.


Lo que empezó como un simple juego, terminó provocando una profunda irritación en mí en un corto período de tiempo. El primer pensamiento reactivo que apareció, en el cual me recreé durante unos minutos, era el de dirigirme a él de una forma muy poco amistosa para decirle que parara de hacer tanto ruido. Estaba muy enfadado y quería  decirle que ¡estamos en un retiro de silencio!


Me di cuenta rápidamente de la intensidad física, a nivel emocional, que sentía, así que me puse a respirarlo. Esto me llevó a una segunda ola de pensamientos, más compasivos, por decirlo de alguna manera. Quería pedirle, por favor y con una sonrisa en la boca, que tratase de minimizar sus sonidos.


Continué respirando, mi intensidad emocional bajó todavía más y me di cuenta de que durante los descansos y las comidas no carraspeaba. Nada de nada. Curiosamente, en ese preciso instante, mi atención dejó de centrarse en sus ruidos, para focalizarse en los momentos de silencio existentes entre ellos. Ahí empecé a notar los sonidos de la naturaleza.


Me di cuenta que el principal perjudicado de esta situación era él mismo. Es imposible que se concentrara durante la meditación si su cuerpo le provocaba tales sensaciones físicas. 


La compasión por mi parte se tornó en absoluta. Estaba claro que no había ningún tipo de mala fe en esas acciones, hecho que no había tenido en cuenta desde un buen principio. Su patrón se mantuvo hasta el final del retiro, pero yo pude permanecer completamente impasible, ecuánime.


Esto ilustra lo que comento de forma recurrente en las sesiones. Muchas veces culpamos a factores externos de nuestro malestar, pero al hacernos “dueños” y “responsables” de lo que senimos, podemos sentirnos mucho mejor sin que nada fuera de nosotros cambie. Este es el gran poder que tenemos y que ignoramos la mayor parte del tiempo.

Walk to be the knower

Voy a dedicar este post a plasmar un pasaje de un libro que descubrí en mi segunda visita al monasterio de Wat Pa Tam Wua. No es algo que acostumbre a hacer, pero revisando mi libreta de viaje he topado con él y me ha inspirado lo suficiente como para querer compartirlo tal cual lo transcribí en julio de 2016.


El libro se llama Walk to be the knower y fue escrito por el abad del monasterio unos años atrás.


“Después de ver muchas veces la aparición y desaparición de la mente y el cuerpo, algunas personas pueden sentirse desencantadas con todos los estados condicionados porque se han dado cuenta que la felicidad viene y se va. No es placentera. El sufrimiento viene y se va. No es miserable. La consciencia moral viene y se va. No es agradable. La inconsciencia moral viene y se va. No es desagradable.


Todo lo que aparece, desaparece. No es agradable ni desagradable. La alegría y el dolor son igual de aburridos.


Algunos pueden ver el cuerpo y la mente como un fenómeno natural de la existencia que no son “yo” (that are not self). Sus “yoes” han desaparecido. Un vacío, un miedo, o la verdad de la naturaleza insustancial pueden coger fuerza.

Todas estas son sensaciones para quienes practican la meditación vipassana (insight practitioners). Algunos pueden quedarse enganchados en este estado durante un buen tiempo, pero otros lo soltarán rápidamente.



Después de trabajar mucho la consciencia (mindfulness) del cuerpo y la mente, se podrá percibir que el aburrimiento, el miedo o cualquier otra sensación son solo un objeto de consciencia que pasa de largo. La consciencia se volverá firme y neutral frente a todos los estados condicionados aunque no exista la voluntad de mantener dicha neutralidad.


Este es un paso crucial en el desarrollo de momentos de comprensión profunda (insights).


Quien practique lo suficiente para llegar hasta aquí, será muy feliz (blissful) y verá como las viscisitudes cotidianas no le hacen tambalearse.


De todos modos, la neutralidad es todavía incierta en este punto. Algunas personas no conseguirán mantenerla y volverán, sin quererlo, a la dualidad. Otras, en cambio, podrán seguir progresando de forma natural.”

Dolce far niente

Estos 4 días que llevamos en la isla de Koh Kood están resultando más que inspiradores. El ritmo de vida en la isla es inusualmente lento para lo que estoy acostumbrado y facilita mucho la tarea de la auto-observación. Podría decir que casi choco con mi respiración (las personas que asisten a mis sesiones regulares saben perfectamente a qué me refiero). 


Hacía tiempo que no sentía tantísimos momentos de consciencia espontánea a lo largo de un mismo día. Me pillo meditando casi sin querer varias veces al día.


Atribuyo gran parte de estas sensaciones a la reducción, más que significativa, de mis horas pegado a una pantalla.


Otro aspecto que favorece en gran medida la contemplación es el funcionar con el reloj biológico y no con el de muñeca. Dormimos, meditamos, comemos y hacemos deporte cuando el cuerpo nos lo pide.


Quedan 2 días aquí y luego me voy de retiro de meditación y silencio del 20 al 27. Creo que no he tenido una preparación mejor para ninguno de los retiros a los que he asisitido hasta la fecha.


Tener este puntito de agujetas que siento por todo el cuerpo me demuestra que este trabajo físico previo al retiro me ayudará a vivir más cómodamente tantísimas horas de quietud.

Memoria de elefante

El ser humano ha domesticado todo tipo de animales a lo largo de la historia. Desde el ganado necesario para su subsistencia hasta los animales de compañía más inverosímiles. No ha escapado a dicha domesticación uno de los colosos terrestres: el elefante.


En la mayoría de mis visitas por Tailandia, he pasado cerca de varias reservas y, pese a que nunca me ha interesado comprar esta experiencia turística por la connotación de crueldad animal que les asocio, siempre me ha sorprendido ver tamañas criaturas atadas por una de sus patas a un árbol o poste con una simple cadena.


No llegaba a entender porqué sus cadenas y estacas podían ser tan ridículamente pequeñas cuando, usando un micro-porcentaje de su fuerza, podrían destruirlas por completo y caminar libremente. Quizás incluso escapar de su cautiverio. Mi sentido común me decía que sus ataduras deberían tener unas proporciones mucho mayores.


Hace unos años me contaron que los elefantes son encadenados de pequeños a sus estacas. En esos primeros años de vida, por mucho que quieran separarse de esos anclajes, no lo consiguen, ya que no tienen suficiente fuerza. Así pues, a través de la repetición, aprenden que no tienen la capacidad suficente para escapar de ellos. 


Este aprendizaje nunca es replanteado, es decir, al crecer y ganar masa muscular y tamaño, siguen convencidos que esa atadura es irrompible y jamás vuelven a tratar de separarse de ella. Nunca más vuelven a tratar de buscar su libertad. No son conscientes de que las condiciones han cambiado y aceptan el vínculo. Sin más.


Cualquiera que se vea reflejado en esta metáfora, no podrá evitar preguntarse qué cosas habrá repetido en el pasado las suficientes veces como para creer que son una verdad inamovible. ¿En qué situaciones nos estamos auto-limitando? ¿Somos tan incapaces de realizar esta u otra tarea como creemos?


La mejor manera de enfocar esta situación es desde el desarrollo de nuestra consciencia. Parar, observar y aprender a soltar nos ayudará a ver esos patrones mentales y emocionales que nos anclan a una serie de certezas que, en realidad, hace tiempo que podemos trascender.


Termino este post con una confesión… Al buscar una imagen en Google para acompañar este texto, me he encontrado con que no soy el primero en hablar sobre el tema, ni mucho menos. Aquí os dejo un enlace como prueba: https://www.google.com/amp/s/lamenteesmaravillosa.com/la-bella-historia-del-elefante-encadenado/amp/

La mochila

Después de dos años de silencio narrativo, “desenpolvo” mi tablet y vuelvo a escribir en este blog. Hoy lo hago en una mini-van.

Acabamos de dejar Mae Sot y nos dirijimos hacia Tak, donde haremos una parada técnica para montarnos en un autobús que nos lleve a Chiang Mai o a Nan. Lo decidiremos en la misma estación de autobuses.

Llevamos un par de días en Tailandia y, aunque de forma muy leve, todavía es posible percibir algunos efectos del jet lag como, por ejemplo, gozar de cierto grado de somnolencia al cerrar los ojos en cualquier pausa y contexto del día.


En un de estas mini-siestas, he recordado que una vez leí que uno de los factores que más estrés produce en las personas es el cambio de vivienda. Hoy propongo una fórmula sencilla para poder hacer más llevaderas este tipo de situaciones. Tan sólo hay que resolver tres cuestiones: qué, cómo y porqué.


En este ejemplo, descifrar “qué” es lo que nos produce un estado de malestar en forma de estrés es obvio: la mudanza. Generalmente, este primer paso será rápido y sencillo.


Una vez detectado el origen mental de la incomodidad, se abre la vía de la auto-observación para determinar “cómo” esta situación de traslado nos afecta. La idea, como he propuesto infinidad de veces, es centrar toda la atención en las sensaciones corporales sin valorar si son agradables, desagradables o neutras. En este paso nos limitaremos a contemplar.


Al llegar al punto en que dicha contemplación se vuelve totalmente neutra, nos daremos cuenta que la identificación con esos patrones mentales y físicos ha desaparecido. Probablemente esto ocurra antes de finalizar la mudanza e instalación en nuestro nuevo hogar, de modo que podremos notar como hemos soltado todo ese lastre emocional.


Con un poco de agudeza, podremos darnos cuenta del “porqué” de nuestro malestar. Factores tan variados como el sentido de independencia, la presión social o la necesidad de pertenencia funcionan a un nivel muy sutil en nuestras mentes, pero sus efectos físicos pueden ser muy intensos.