Os escribo desde mi kuti, mi hogar desde el pasado día 6 de abril. Así es como llaman aquí a las casitas de madera de unos 6 metros cuadrados, y de uso individual. Pasé las primeras 16 noches en la Sangha Office, el edificio destinado a los extranjeros. Compartí la habitación con Cris en las 5 primeras, pasé 7 solo y luego vino Viktor, un malasio con el que compartí 4 noches.
Esta fue mi primera habitación. No perdáis detalle del »colchón»:
Aquí podéis ver mi kuti. La calidad de las fotos no demuestra todo su esplendor, pero os podréis hacer una idea:
La verdad es que aquí estoy mil veces mejor instalado. En primer lugar, todo el espacio es para mí. Y, en segundo, dispongo de un par de lujos que no tenía en la Sangha Office: un ventilador y un calentador de agua. Gracias a él puedo tomar la bebida más típica del país, el Coffee Mix. El nombre engaña, ya que los sobres de 20 gramos suelen tener un 4% de café, un 50% de azúcar, un 40% de leche en polvo, y el 6% restante debe ser materia oscura, porque en ningún lugar indica de qué sustancia se trata. Lo hemos rebautizado como Sugar Mix. Por suerte, encontramos un pack de 50 sobres que contiene el 12,9% de café. Coincidió que era el más barato, con diferencia, de la tienda más cercana al templo.
Estoy contento porque un monje novicio alemán que dejó el templo hace unas tres semanas me cedió su aislante de acampada, así que mi »colchón» ha ganado un centímetro de grosor. No sabéis cuánto se agradece. Otro aspecto positivo es que me levanto cada día con una cara sonriente mirándome fijamente:
No es nada raro, ni forma parte de ningún tipo de magia negra o budú. El tema es que en uno de los pasos más avanzados en la meditación se realiza un análisis del cuerpo dividiéndolo en 32 partes. Una de ellas, es el esqueleto. De ahí que algunos meditadores utilicen fotos para poder llegar a percibirlos con más claridad.
Un hecho del que no os había hablado hasta ahora es que nada más llegar, pudimos observar que la costumbre acerca de las flatulencias y los gargajos se mantenía. ¡Por dios, qué exageración! Aquí se cortan todavía menos que en el curso de Goenka. Igual es porque solo hay hombres. Hay algunas sesiones de meditación en las que es realmente difícil concentrarse. Me siento al lado de Matt y el muy… sigue intentando cubrir sus risas con una tos falsa. Por suerte, no se me ha escapado ninguna carcajada, de momento.
Ya os comenté de la fascinación que genera un rostro occidental en Myanmar. En Pa’Auk Tawya no es distinto. A lo largo de estos días me he hecho »coleguilla» de dos chicos birmanos. El primero de ellos (21 años) ya se fue del monasterio, y se llamaba Phyin Nyar Sar Meet cuando era monje. Su nombre »civil’ es Phyu Wai Linn.
El segundo es algo más joven (19) y se llama Myu Dhu. El chaval es muy tímido y no ha parado de seguirme y llamarme Mr. Mak mientras ha estado en el monasterio. Algo que no os había contado todavía es que los asiáticos no saben/pueden pronunciar la »r» de mi nombre, así que ya me presento directamente como Mak. Le regalé una pulsera de las que llevaba y él me correspondió ofreciendome un longhi (una prenda masculina típica de Myanmar).
Como no podía ser menos, he identificado un par de nuevas casualidades. La primera de ellas, es que el día 14 de abril empezó la festividad por el fin de año. No es que sea nada del otro mundo, pero me hizo gracia saber que coincidía con mi cumpleaños y que estaría aquí para celebrarlo sin haberlo planificado con anterioridad.
La segunda casualidad tiene que ver con el número de mi kuti. El 47. Resulta que era la edad de su anterior huésped: Pierre. Un tipo canadiense con el que me entendí a la perfección. Mantuvimos larguísimas charlas acerca de la experiencia del momento presente y de como estar atentos para poder introducirlo de pleno en nuestras vidas de forma permanente. Es voluntario en un centro donde se realizan retiros parecidos al de Goenka, a 1,5 km del templo de Suann Mokh, en Tailandia. Es probable que vaya a verle y a hacer el retiro cuando salga de aquí. Veremos.
La conexión con el número 47, no acaba ahí. Yo entré en el kuti cuando tenía 28 años, que resulta de multiplicar 4 x 7. Ahora, con 29, sigue habiendo una relación entre las cifras. Ambas son números primos. A su vez, si sumamos 2+9 y 4+7 nos da 11 (también primo).
Debo aclarar, para quien no lo sepa, que mi fascinación por los número empezó a muy temprana edad, cuando sumaba los números de las matrículas de los coches cuando mis padres me llevaban a la escuela. No he cambiado ni un ápice en este sentido. 😉
No vius gens malament!