Después de dos años de silencio narrativo, “desenpolvo” mi tablet y vuelvo a escribir en este blog. Hoy lo hago en una mini-van.
Acabamos de dejar Mae Sot y nos dirijimos hacia Tak, donde haremos una parada técnica para montarnos en un autobús que nos lleve a Chiang Mai o a Nan. Lo decidiremos en la misma estación de autobuses.
Llevamos un par de días en Tailandia y, aunque de forma muy leve, todavía es posible percibir algunos efectos del jet lag como, por ejemplo, gozar de cierto grado de somnolencia al cerrar los ojos en cualquier pausa y contexto del día.
En un de estas mini-siestas, he recordado que una vez leí que uno de los factores que más estrés produce en las personas es el cambio de vivienda. Hoy propongo una fórmula sencilla para poder hacer más llevaderas este tipo de situaciones. Tan sólo hay que resolver tres cuestiones: qué, cómo y porqué.
En este ejemplo, descifrar “qué” es lo que nos produce un estado de malestar en forma de estrés es obvio: la mudanza. Generalmente, este primer paso será rápido y sencillo.
Una vez detectado el origen mental de la incomodidad, se abre la vía de la auto-observación para determinar “cómo” esta situación de traslado nos afecta. La idea, como he propuesto infinidad de veces, es centrar toda la atención en las sensaciones corporales sin valorar si son agradables, desagradables o neutras. En este paso nos limitaremos a contemplar.
Al llegar al punto en que dicha contemplación se vuelve totalmente neutra, nos daremos cuenta que la identificación con esos patrones mentales y físicos ha desaparecido. Probablemente esto ocurra antes de finalizar la mudanza e instalación en nuestro nuevo hogar, de modo que podremos notar como hemos soltado todo ese lastre emocional.
Con un poco de agudeza, podremos darnos cuenta del “porqué” de nuestro malestar. Factores tan variados como el sentido de independencia, la presión social o la necesidad de pertenencia funcionan a un nivel muy sutil en nuestras mentes, pero sus efectos físicos pueden ser muy intensos.