«System of a Down» retumba en mis auriculares mientras empiezo a escribir este post en el autobús. Estoy de camino al Lago Inlay con Matt y Cris. 12 horas de trayecto que pienso aprovechar para leer, escribir y meditar, además de dormir. Hoy es miércoles, y es de noche.
Los primeros días en la civilización después de más de dos meses y medio entre casi un millar de monjes, cojines de meditación de todos los tamaños, casitas de madera e infinitos paseos hasta la plataforma, han sacudido mi estado de letargo. Emociones y memorias que parecían olvidados han resurgido en mi interior.
El ruido, los colores, las formas y el movimiento de una ciudad tranquila como Yangon me aturdieron un poco al principio. Jamás habría imaginado que el camino a pie bajo la lluvia en busca del piso de Bart, un trozo de pizza, o la idea de volver a montarme en un autobús rumbo a lo desconocido podrían causar tan potente efecto. No recuerdo que se me haya erizado la piel tantas veces en tan poco tiempo. En el monasterio no tuve la sensación de que mis sentidos se hubieran apagado hasta tal punto.
Vuelven las sonrisas inocentes de los birmanos, la búsqueda de un puesto de comida decente donde llenar el buche y la definición del siguiente paso a andar en este viaje, entre otras muchas cosas. Al mismo tiempo, aunque de una forma menos intensa, reaparecen antiguas sensaciones. Las siento con una menor influencia sobre mí, como descafeinadas.
Es extraño. Vivo estos días desde una perspectiva más alejada, como si la vorágine no fuera conmigo. Como si flotara. Todo pasa por una especie de filtro de tranquilidad y armonía que me permite estar más atento a los pequeños detalles y soltar mi apego a las situaciones más rápidamente que antes, para así estar la mayor parte del tiempo aquí y ahora.
Lo más destacable es que Mokkhita (Markus) decidió volver a Pa’Auk Taw Ya y no unirse a nosotros en esta última experiencia en Myanmar. Tras pasar el día entero juntos, Cris y yo nos despedimos de él en la puerta norte de la Pagoda Schwedagon. Le acompañamos en silencio hasta allí. No hacían falta palabras. Ya nos lo habíamos dicho todo.
Un fuerte abrazo y un «See you maybe», acompañados de una sincera sonrisa en nuestros rostros, pusieron punto y final a algo más de tres meses de relación. Es el tercer gran amigo y compañero de viaje que dejo atrás, después de Robert y Uttinna (Hugo).
Auf Wiedersehen mein freund!
Molt interessant el contrast de realitats. I com es generan castells fortificats imaginaris en un context, i com diferent es veu des d’un altre punt de vista.
També m’ha agradat el comiat, el see you maybe (maybe?). Bona descripció.