Pa’Auk Taw Ya: El Aterrizaje

Los primeros días aquí han sido una auténtica montaña rusa emocional. He pasado de tener una profunda sensación de soledad a la calma más absoluta en apenas unas horas. Así, día tras día durante la primera semana y media. De todos modos, antes de entrar más en detalle en mis descubrimientos personales, prefiero contaros un par de historias que he vivido en este monasterio budista.

A los tres días, Markus, que ya vivió 6 meses aquí el año pasado, nos llevó a la casa del árbol. Una construcción en mitad del bosque hecha con tablones de madera a unos 5 o 6 metros de altura y que cuenta con varias plataformas para meditar. Está a unos 15 minutos de la sala principal de meditación, llamada Sima Hall. Las vistas desde la parte más alta te dejan anonadado. Todo es vegetación, mires donde mires. Da la sensación de que el tiempo se detuvo hace miles de años y que todo ha permanecido absolutamente igual. Siguiendo los criterios de seguridad y prevención recomendados por la doctora del Hospital Clínic que me pinchó las vacunas, fuimos hasta allí descalzos (nota: estoy siendo irónico).

Unos días más tarde, hicimos una caminata por lo que aquí denominan bosque, aunque yo lo llamaría selva, para visitar el sitio donde Markus va a vivir durante la estación seca. De nuevo, la seguridad por nuestra salud fue lo primero: sin camiseta y con los Crocs en los pies andamos algo más de 3 horas. Podéis estar tranquilos/as, no hay tigres. Tan solo hay jabalíes, perros y gallinas salvajes, además de las clásicas arañas y serpientes venenosas (nota: estoy volviendo a ser irónico).

Hago un paréntesis para puntualizar una anécdota. El número de personas de distintas nacionalidades con las que he mantenido conversaciones ha aumentado a 26. Aquí he contactado con gente de Canadá, Vietnam, Sri Lanka y Malasia, aparte de los birmanos. En mi segundo paso por Chiang Mai conocí a un tipo de Trinidad y Tobago, al que no había contabilizado hasta ahora. ¡Me encanta!

Haciendo referencia a mi vida diaria, destaco un par de momentos especiales. El primero de ellos se produce cada día a las 04.00 y a las 18.30. Debido al clima, aquí hay muchos mosquitos y es necesario protegerse de ellos en las primeras y últimas horas de luz del día. Así pues, el Sima Hall se llena de mosquiteras individuales. Parece un campo de capullos de gusanos de seda gigantes. La imagen es increíblemente bella. Parece la descripción gráfica de la paz y la armonía.

El segundo momento, es lo que me ha dado oxígeno para poder aguantar los primeros días. Es el ejemplo más claro y visual de que todo es impermanente. Me explico. A las 18.00, todos los monjes se agolpan alrededor del árbol de Buddha para prender sus velas e inciensos, hacer sus plegarias y después irse a meditar. Podríais pensar que la situación es relajada y tranquila, pero no. Se oyen risas, murmullos y se ve algún que otro empujón.

Siempre me espero al final, cuando ya no queda nadie. Entonces, me doy cuenta de que el trajín vivido minutos antes deja paso a un profundo silencio, un intenso olor a incienso y velas a medio quemar. En ese momento, enciendo mis velas e inciensos, me acuerdo de todos/as vosotros/as y doy gracias al universo por haber sido capaz de salir de mi zona de confort. Llegar hasta aquí y poder averiguar, hacer frente y superar todos mis miedos y las causas de mi sufrimiento es lo mejor que podía haber hecho en mi momento vital actual. Es un gran ejercicio y os lo recomiendo encarecidamente.

Un comentario

  1. Jordi Batlle

    A nivell de fauna, què tal? en principi hi han tigres a Myanmar, has conegut algú que els hagi vist? o senyal de transit que ho indiquin?

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