Retomando la historia donde la dejé…
Aung vino a mi kuti porque había visto que ando descalzo por el monasterio (al igual que el resto del Meditation Team y algunos extranjeros más). Resulta que había visto un par de serpientes venenosas durante el día y quería avisarme del peligro. ¡Qué majo! Se tomó la molestia de venir y de esperarme durante más de una hora, sólo para decirme eso. Qué acto tan abrumadoramente compasivo y generoso. No estoy acostumbrado a vivir este tipo de situaciones con personas desconocidas.
Al sentarse en el suelo, con un tono tímido y su impecable inglés me contó porqué había decidido venir. Me dijo que suele intentar ayudar a los occidentales que ve por la calle, cuando le parece que están perdidos o buscan algún lugar en particular. Hasta ahí, todo normal. Le agradecí el gesto, soy consciente de las serpientes desde el primer día, y su regalo (recordad la bolsa con el zumo de naranja y las galletas).
Prosiguió diciéndome que yo le había llamado especialmente la atención al verme pasar por el pasillo del Dinning Hall a la hora del desayuno y la comida. Destacó que, a diferencia del resto de occidentales con los que interacciona, siempre que me veía, lucía una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro. Como ya os dije, muchos de los chavales nuevos simpatizaron con Cris, Matt y conmigo, así que al ir a buscar mi bandeja, no hacía más que saludar a todos los rostros conocidos. Como la mayoría de ellos no hablaban inglés, intercambiábamos sonrisas y gestos de complicidad.
Aung no es el primero que me ha hecho saber que esta actitud mía no le pasa desapercibida. El primero fue Unai, que durante nuestros años universitarios no paraba de decírmelo. ¡Tengo que reconocer que esta vez me sentó igual de bien que cuando él lo hacía! :p
Este chico me ha enseñado una lección vital. Se lo dije. Y ahí demostró una humildad impresionante al decirme que TENÍA QUE HACERLO. No se planteaba otra cosa que no fuese acercarse a mí y avisarme del peligro. Creía que al ser extranjero desconocía el riesgo de un encuentro con la fauna local.
Aung fue compasivo (temió por mi integridad física), generoso (me esperó más de una hora y me hizo un regalo) y humilde (se sonrojó cuando le dije: thank you, mate). Espero poder volver a cruzarme con él en esta vida… o en otra.
J’ai zu ding ba dee Aung!! (Gracias Aung!!)