El pasado 26 de junio, mis padres aterrizaron en el aeropuerto internacional de Bangkok. Hacía bastantes semanas que sabía de su llegada y debo reconocer que me apetecía mucho compartir un trocito de este viaje con ellos. Pasamos un par de días en Bangkok y otros tantos en Chiang Mai.
Mantuvimos largas charlas en las que nos pusimos al día de todo lo acontecido desde mi marcha, compartimos cariño y risas, nos perdimos en la zona menos glamurosa de la capital y acabamos separándonos cuando se fueron a «mochilear» unos días a Laos. No sé si es por el tiempo que llevo en Asia o por mi experiencia en el monasterio, pero el caso es que me pareció que hablaban muy rápido y muy fuerte.
Me gustaría destacar una situación por encima del resto. En el taxi de camino a la estación de autobuses de Mo Chit, en Bangkok, nos quedamos atrapados en el mayor de los atascos. El coche no se movió ni un centímetro durante más de media hora. Esto provocó una situación de elevada ansiedad en ellos y también en mí. El miedo a perder el autobús parecía indicar el fin del mundo.
Resultó ser un ejercicio interesante, pues era la primera vez que podía poner en práctica lo aprendido con personas de mi entorno más íntimo. Oir sus risas nerviosas en el asiento posterior y los intentos vanos de mi padre por fingir tranquilidad y seguridad de que llegaríamos con tiempo no hacían más que incrementar mi incomodidad.
Pude observar como, de nuevo, mis mecanismos automáticos de respuesta se activaban y me convertían en totalmente reactivo a lo que sentía en mi interior. Durante unos instantes me identifiqué tanto con esa sensación que perdí el mundo de vista. Me retorcía en mi asiento como si estuviese esperando un fatal desenlace.
Por suerte, en un momento dado, apareció un ápice de lucidez, me distancié de la emoción que me había invadido completamente y la observé. Me deshice de ella y pude volverme más útil para transmitirles la calma que, creo, necesitaban en ese momento.
El resultado es que nos sobraron algo más de 20 minutos. He aquí una muestra de cuánto daño puede hacernos la anticipación. Los tres sentimos una sensación tan irritante como es la ansiedad durante un buen rato, porque nos proyectamos en una situación que al final no pasó. ¡Qué cantidad de energía y tiempo malgastamos!
Dejarse llevar por este tipo de situaciones no aporta nada positivo. En absoluto. ¿Cuál habría sido el peor escenario? ¿Perder el autobús y tener que buscar una solución alternativa? Menudo problema… Esta experiencia volvió a servirme de ejemplo para ver cuán rematadamente enfocados al futuro estamos. Qué innecesario resulta preocuparse por banalidades de este calibre…
Està molt bé que transmetis la pau, però a vegades llegeixo que la pròpia pau et genera estrés. Mal de caps si no ho has fet a temps, mal de caps en perfeccionar el coneixement adquirit, …
Totalment d’acord, company… Fa pocs dies que m’he adonat que la meva autoexigència em duu a sentir i fer coses que m’allunyen d’aquesta pau. Interioritzar i acceptar que fins i tot aquesta sensació és impermanent, és el que estic fent ara.