Reflexiones en calma

Mi estancia en Pa Pae Meditation Centre y Wat Pa Tam Wua llegó a su fin. Ha sido interesante vivir la meditación sin silencio estricto de por medio durante estos 9 últimos días. La intensidad emocional y física ha sido menor, pero no me atrevo a afirmar que el número de «insights» que he tenido se haya reducido en la misma proporción.

Voy a aprovechar este post para dirigirme a aquellas personas que ya llevan un buen tiempo meditando, transcribiendo un pasaje del libro «Walk to be the knower», escrito por el abad de Wat Pa Tam Wua.

«Después de ver muchas veces la aparición y desaparición de la mente y el cuerpo, algunas personas pueden sentirse desencantadas con los estados emocionales porque se han dado cuenta de que la felicidad viene y se va. No es placentera de forma permanente. El sufrimiento viene y se va. No es desagradable de forma permanente.

Todo lo que aparece, desaparece. No es agradable, ni desagradable. La alegría y el dolor son igual de aburridos.»

El concepto clave aquí es el desencanto. Y es un estado íntimo, personal y, obviamente, transitorio. La realización de la ley de la impermanencia (de la que ya hablé en el post La ley de la naturaleza: todo es impermanente) puede ser bastante cruda, al principio, dando lugar a cierta apatía vital. Es como si, en un momento dado, todo perdiera interés.

Este proceso se da en un momento de falta de perspectiva. Tendemos a pensar que lo que vivimos será permanente, especialmente las situaciones menos agradables. Dicha proyección a futuro nos lleva a vivir estados emocionales de cierto desangelo.

Trascendido este proceso, podemos darnos cuenta como la neutralidad enfrente a las diferentes circunstancias que vivimos va tomando fuerza. Esto es, somo más capaces de percibir las cosas por lo que son. Sin juicios. Nos relacionamos de una forma más natural con la vida y, por tanto, nuestro ego va perdiendo fuerza.

Ganamos espacio interior. Podemos observar con mayor pausa todo lo que se mueva dentro de nosotros en cualquier circunstancia. Ver el aparecer y desaparecer de cada pensamiento, sensación física y emoción se vuelve sencillo y espontáneo y es vivido com calma. La presencia (o mindfulness) se hace patente.

Perspectiva

El silencio verbal y hacer nada de una forma continuada permite ser mucho más consciente del ruido mental propio. Por ejemplo, un viaje en autobús de larga duración sin conversación con tu acompañante, ni lectura, ni música, ni ninguna otra actividad distractiva, te lleva a la divagación.

En este contexto, es más fácil recordar respirar conscientemente y anclarse al momento presente. Poco a poco, podemos ir percibiendo un mayor número de nuestros propios pensamientos. Obviamente, uno debe querer que eso suceda y adoptar una actitud de auto-observación.

Ese anclaje al instante presente es la denominada «mindfulness». Aparece sin querer, pero es efímera y se escapa fácilmente sin que nos demos cuenta. Acostumbrarnos a mantener el foco de atención en nuestro propio cuerpo, por ejemplo, ayuda a darnos cuenta de los saltos que nuestra mente da de pensamiento en pensamiento.

Jugar esta partida cuando estamos de viaje o de vacaciones es relativamente fácil. El reto es encontrar esta perspectiva, este equilibrio, en nuestro día a día cotidiano donde la vida pasa más deprisa debido a la infinidad de inputs externos que recibimos (horarios, tráfico, tareas, mundo virtual, y un larguísimo etcétera).

Como consecuencias positivas o favorables que podemos obtener, destaco la calma/relax, el auto-conocimiento, la inspiración y creatividad, la confianza, la conexión con nuestro cuerpo y lo que nos rodea (mindfulness), el incremento de nuestra conciencia que conlleva un aumento en la percepción de detalles y, por tanto, de nuestra intuición, la ruptura de ciertos vicios, entre otras.

Volviendo a la experiencia que contaba en mi anterior post, ya sé donde voy a meditar los próximos días. Encontré un retiro de 3 días cerca de Chiang Mai, se llama Papae Meditation Centre. Ayer me reuní con Pierre y compartiremos silencio y meditación. Cuando terminemos, decidiremos si vamos a Wat Pa Tam Wua a pasar 4 o 5 días más.

Vine a Tailandia con la idea de meterme en un retiro cañero de 10 días, pero al final parece que este año la propuesta es más relajada. Como os contaba la semana pasada, una vez vi el apego a dicho objetivo, pude soltarlo.

Este hecho me ha permitido aceptar la realidad tal cual es. Este mes de agosto, a meditar de relax…

Una hora

Tenía la idea de meditar en dos momentos de este viaje. El primero de ellos era hacer una estancia de un par de días en Wat Pa Tam Wua (el primer monasterio en el que estuve en 2013). Y, el segundo, hacer un retiro de 10 días en la isla de Koh Pha Ngan con mi amigo Pierre.

El pasado jueves 28, los dos planes se fueron al garete con un par de horas de diferencia. No entraré a describir los detalles de cancelación para no alargar este post más de la cuenta. Así pues, me centraré en resumir el proceso emocional que viví a partir de recibir la segunda noticia.

1. Frustración al ver la imposibilidad de seguir con el plan previsto.
2. Casi automáticamente apareció la tristeza.
3. Autocompasión y dudas: ¿por qué pasa esto? ¿Qué se supone que debo hacer en estos días en los que tenía previsto estar sentado meditando y en silencio? ¡Qué mal! El viaje se queda cojo de pronto.
4. Análisis urgente de opciones. Quiero meditar sí o sí y debo encontrar la manera.
5. Responsabilidad de estar en una fecha concreta en un lugar determinado. Gina, mi pareja, y mi tío Jaume aterrizan en Bangkok el día 19 de agosto y no me planteo que pasen un día en Tailandia sin estar a su lado.
6. Análisis de opciones sin urgencia.
7. Volver a Pa’Auk Taw Ya (monasterio de Birmania en el que viví algo más de dos meses y medio) se intuye como la mejor alternativa.
8. Calma. No reacción. Primero, llamo a Pierre. Luego, ya veré.
9. Aceptación no forzada de cualquier escenario posible, siendo los dos extremos hacer un retiro de 10 días como esperaba y/o no meditar en absoluto.

Todo este proceso ocurrió sin que puediera pararlo en ningún momento. Estábamos tumbados y queríamos echarnos una siesta, pero yo no pegué ojo. Decidí respirar para calmar mi mente y no lo logré. De hecho, me sentí muy agitado todo el rato. Mi ritmo cardíaco se alborotó.

Además, sentí impaciencia por dejar la mente en blanco y me frustró no conseguirlo. ¡Toma ya! Segundo proceso emocional en paralelo…

Es curioso, pero de pronto todo se aclaró. Me di cuenta de la película que había vivido en una hora. Sonreí al ver la inmensa capacidad de mi mente de llevarme a tales estados estando tumbado en la cama, con los ojos cerrados, tratando de dormir un rato.

Tripitiendo

Heme aquí de nuevo, en Tailandia. Por tercera vez en 4 años visito el país en busca de aventuras, naturaleza, improvisación, meditación y silencio.

Heme aquí de nuevo, tablet en mano, para recoger mis experiencias y aprendizajes.

Este viaje empezó a tope. Barcelona – Mae Sot del tirón. Dos aviones y dos autobuses para sumar unas 36 horas en total, un culo plano, los pies hinchados y el jet lag apretando fuerte, encendieron mi sistema nervioso y me siento cargado de energía.

Fue curiosa la tremenda naturalidad que invadió mi sentir al pisar Bangkok. Era como si hubiese vuelto a casa. Todo parecía más limpio y ordenado. Cierto es que, por primera vez, no aterrizaba solo aquí.

El primer concepto que recobra fuerza en mi interior tiene que ver con la, a veces relativa, comodidad y seguridad de la zona de confort. En una conversación con Javi Almagro (fundador de Playonside) apareció el futuro, y sus opciones.

En un momento dado, mientras le ponía al día de mi actualidad y proyectos, hice un click y me di cuenta de que estaba negando posibilidades por el miedo a «perder» lo que tengo ahora. Tomé conciencia del apego inconsciente que he ido desarrollando a mi modo de vida.

Con esto no quiero decir que me plantee cambiar nada en absoluto, sinó que detecté ciertos miedos subyacentes de los que no tenía ni idea. Desde nuestra charla, me he dejado sentir para explorar a qué estados emocionales me llevan dichos miedos. De momento, siento que estoy fluyendo momento a momento, sin presiones ni ansias de ningún tipo.

No hay futuro. Solo existe el paso que estoy dando. Ahora.

La ley de la Abundancia

Durante mi viaje con Javi, releía El Poder del Ahora. Hoy escribo, en concreto, sobre la teoría expuesta por Eckhart Tolle en referencia a la abundancia. Se trata de un principio que se cumple a diario y del que, mayoritariamente, no somos conscientes. Todo fluye. Querer, o intentar, controlarlo todo, nos paraliza. Cuanto antes lo aceptemos, antes nos liberaremos de sensaciones y emociones incómodas.

Empiezo por apuntar que somos pura energía. Electricidad y magnetismo son la base que compone nuestra estructura atómica. Por tanto, podemos deducir que vibramos a una determinada frecuencia. Esas ondas que emanan de nosotros son concordantes con algunas de las que están a nuestro alrededor. Otras, en cambio, están en otro plano y pasan totalmente desapercibidas. Así pues, atraemos aquello con lo que somos compatibles, ya sea agradable o desagradable. Las emociones que sentimos juegan un papel fundamental ya que influyen en dicha vibración.

Todo lo «bueno» y «malo» que nos sucede es, en definitiva, autogenerado. No hay fuerzas exteriores invisibles que conspiren para nuestra felicidad o infelicidad. Obtenemos aquello con lo que, de alguna manera, estamos conectados.

Como ya os conté, hace unas semanas empecé a sentir cierto miedo por saber qué pasaría con mi vida. Se coló por la puerta de atrás. No lo sentí llegar. Pero cuando tomé conciencia de él pude observarlo atentamente, aceptarlo y desapegarme por completo de esa sensación que ocupaba mi cuerpo. Sabía, y sé, que el universo proveería todo lo necesario para mi bienestar, aunque no sea inmediato. Y así ha sido.

Opté por dar una oportunidad a la abundancia que nos rodea y aceptar lo que viniera tal cual viniera. Unas circunstancias que ahora no vienen al caso, me han demostrado que todo sale naturalmente cuando no te apegas a un resultado en concreto. Ese ha sido mi último gran aprendizaje.

No defiendo que haya que ser pasivos, al contrario. Seamos activos, planifiquemos y, al final, hagamos un ejercicio de desapego del objetivo que persigamos. Aceptemos. Lo bueno será fácil, pero abracemos también el dolor, la insatisfacción o el sufrimiento cuando aparezcan. Es el mejor ejercicio para hacernos fuertes siendo débiles.

La abundancia, como decía en la introducción, está presente en nuestra vida. Cada día está ahí, es decir, se dan una serie de coincidencias que nos facilitan la vida. Pueden ser situaciones tan sencillas como tomar el carril «rápido» en un atasco, ocupar el último sitio libre en un restaurante lleno o recibir una llamada de algún ser querido.

He realizado un ejercicio cada noche desde hace un tiempo. Repaso mi día en 2 minutos en busca de situaciones de abundancia. La práctica me ha llevado a hilar fino y ¡alucinaríais con la cantidad de situaciones favorables que nos pasan por alto!

Hago mención especial a la necesidad de liberarnos de la dualidad de los juicios de bueno/malo, bonito/feo. Hay veces que perder un tren y llegar tarde a un compromiso, por ejemplo, nos da la oportunidad de vivir una experiencia positiva. El reto es, de nuevo, estar atentos y no perdernos en el sinfín de pensamientos y emociones que emanan en esas circunstancias. Llegas tarde. Sí. Acéptalo. Y vive el presente. Goza de la abundancia.

Cierra los ojos y respira

Ahí estaba yo, en el centro Dipabhavan, en el cuarto día de mi último retiro en este viaje. Tumbado en la cama con colchón de madera, podría decir que estaba haciendo balance de estos 10 meses en tierras del sudeste asiático, mientras esperaba el repicar de la campana indicando la siguiente sesión de meditación. Pero mentiría. Lo cierto es que estaba divagando, perdido entre cientos, o mejor dicho, miles de recuerdos.

Absorbido en este pasado reciente, surgió una pregunta más bien poco sorprendente. -¿Y si no vuelvo a casa?, me dije. -Total, ahora ya estoy aquí y podría tratar de volver a cambiar la fecha de mi billete y hacer durar esta experiencia unos meses más.

Aparecieron innumerables sensaciones y deseos de aventura. Me queda tanto por descubrir: Laos, Cambodia, Malasia, Indonesia, y su cultura, personas, naturaleza, centros de meditación… La sorpresa del qué pasará mañana o la no necesidad de llevar un reloj, entre muchos otros factores, eran como un flan derritiéndose en mi boca. Ante tal perspectiva, me encontré salibando con infinitos planes apareciendo en mi cabeza como por arte de magia. No me había dado cuenta y ya estaba haciendo números para ver cuántos días más podría sobrevivir aquí sin ingresos.

Nada que hacer. Nada. En absoluto. Ese ha sido el contexto de mi aprendizaje en este viaje. De esta fuente han emanado todos los aspectos vitales que he ido interiorizando. Un aburrimiento insufrible me ha llevado a la más pura y penetrante sensación de soledad, que ha sido mi mejor maestra. La aparición de mis dos granded amigos ha sido clave para evitar que mi amargura momentánea me llevase a la locura, a un camino oscuro y sin salida. Ellos han sido el regalo, el ancla a la realidad, que el universo me ha enviado para que, juntos, nos hayamos guiado y acompañado en este tortuoso camino de descubrimiento interior.

Me repito la misma pregunta ahora: -¿Y si no vuelvo a casa? Y añado: -Aquí podré recrear las mismas condiciones en las que todo sucedió, fácilmente. Se puede palpar en la cultura. Y ya no es algo desconocido para mí. En casa, es imposible. Hay mucho ruido. Mucha crisis. Mucho «tienes que» o «no deberías».

¿Lo véis? Porque yo tardé varios minutos… ¡Mi apego apareciendo a hurtadillas por la puerta de atrás! Justificaciones basadas en proyecciones a futuro me habían llevado a un mundo, para nada desconocido, de fantasías y expectativas. A esto, añado el autoengaño de pensar que volver a vivir en un monasterio por tiempo indefinido sería fácil, cuando en realidad me estremezco ante la perspectiva de deber enfrentar, de nuevo, todo lo que ya viví. ¡Me pillé!

He aprendido que este viaje no empezó el pasado 28 de enero, sinó mucho antes. El camino que estoy andando surge solo, por sí mismo, bajo mis pies. El próximo paso, Barcelona. ¿El siguiente? Ni idea.

Ahí lo tengo. El reto que tanto me apetece vivir.

Tigres y Mosquitos

Vuelvo a recurrir a los conocimientos de neurociencia de Pierre para describir una circunstancia que me parece fascinante. Se trata de la reacción de nuestro cuerpo ante las amenazas exteriores. Y las autogeneradas.

Imaginaos que un día, andando tranquilamente por cualquier calle, aparece un individuo con la mala intención de agrediros. En una sociedad en la que ya no sentimos miedo de ser atacados por depredadores en un escalón superior de la cadena alimenticia, este tipo de personas ocupan su lugar. Son los «tigres» a los que nos enfrentamos por nuestra supervivencia.

En la situación que describo, nuestro pulso se acelerará, la temperatura corporal y la segregación de adrenalina aumentarán y nuestros músculos se tensarán. Nos prepararemos, inconscientemente y sin control, para la batalla, o la fuga. Lo curioso del tema es que dicha reacción es exactamente la misma que experimentamos cuando un mosquito nos ronda por la noche.

A pesar de estar acostados y con la intención de gozar de un sueño reparador, el nivel de tensión se eleva por encima de lo normal. Ante la tesitura de su ruido molesto al acercarse a nuestros oídos y del temor a ser picados, estamos listos para desenfundar el bazooka y declararle la guerra. Nos levantamos, encendemos la luz y permanecemos atentos hasta que le vemos y podemos descargar toda nuestra ira acabando con su vida.

Pues bien, lo mismo sucede con los pensamientos. Es interesante observar cómo el mero recuerdo de una situación violenta activa ese resorte emocional y nuestro cuerpo empieza a dar señales de excitación. Si en lugar de irnos hacia atrás en el tiempo, anticipamos un conflicto, ya sea laboral, familiar o de cualquier otro tipo, las sensaciones físicas son idénticas.

En ambos casos, nuestra mente genera historias fantásticas que mantienen, o incrementan esas sensaciones corporales que he mencionado anteriormente. Las ideas se suceden y mandan un aviso al corazón para que inicie el protocolo. Éste, a su vez, retroalimenta nuestra mente. Entramos en un bucle que puede durar un buen rato. Aquí surge una pregunta, ¿es realmente necesario invertir nuestro tiempo en este estado? Creo que la respuesta es obvia.

La clave para salir de ahí se encuentra en ser capaces de encontrar ese espacio que existe entre nuestros pensamientos y nosotros mismos. Si logramos observar objetivamente dicha cadena de acontecimientos, nos desapegamos de esas sensaciones. Así de fácil. Sólo se trata de observarnos.

El primer paso es ver lo que sucede en nuestro interior. Por muy incómodo que sea, no hay que fustigarse por el hecho de que aparezca. El reto es aceptar que está allí. No lo hemos decidido, sinó que ha surgido debido a la capacidad infinita de divagación de nuestra mente. Por tanto, no somos responsables de ello.

Al realizar estos dos pasos (observar y aceptar), cortamos de raíz esa historia imaginaria y, así, nos liberamos de las sensaciones físicas desagradables. Al principio, esta libertad durará unos segundos y será relativamente fácil que volvamos a caer en ese estado. Deberemos, entonces, volver a empezar.

Con paciencia y persitencia, este proceso de desapego se convertirá en algo natural y seremos más rápidos a la hora de «pillarnos» pensando. Los intervalos de calma aumentarán sin que nos demos cuenta. Estaremos más tiempo aquí y ahora.

Todo esto es aplicable a cualquier cadena de pensamientos o emociones. No se limita a situaciones de riesgo o amenaza. Es válido cuando estamos centrados excesivamente en el pasado y experimentamos culpa, lamento, resentimiento, pena, tristeza o amargura. Lo mismo para el futuro con la inquietud, ansiedad, tensión, estrés o preocupación.

A dos ruedas

Desconozco si es por el hecho de disponer de mi propio medio de transporte o si es que ya me estoy acostumbrando a esto pero, en este viaje en moto por la provincia de Tak, la sensación de miedo que suele acompañar al «run-run» de aventura ni siquiera se ha asomado.

He pasado los días solo, perdido entre montañas y vegetación, núcleos de casas diminutos que no llegan a la categoría de pueblos, una carretera repleta de socavones y totalmente incomunicado. He estado en Bhumibol, el embalse artificial más grande del país, en Ban Tak, Mae Ramat, Tha Song Yang, el parque nacional de Mae Ngao, Mae Sariang y Noh Bo.

El primer objetivo diario ha sido encontrar alojamiento. El segundo, acceder a cualquier camino que condujese a las entrañas más profundas de esta región. He puesto a prueba mi capacidad de orientación debiendo recurrir a la posición del sol a modo de brújula, y de reloj. No quería que la oscuridad me absorbiese enmedio de la nada.

He descubierto comunidades minúsculas de agricultores donde ni siquiera había electricidad. Me he quedado anonadado en todas las cimas y valles por los que pasado. He visto nubes de algodón engullendo montañas en cuestión de minutos y un arcoiris con la más amplia gama cromática que recuerdo. No tengo palabras para describir los atardeceres… Parecía como si, de repente, todo brillase más.

Puedo contar los vehículos con los que me he cruzado con los dedos de las manos. En una Tailandia de contrastes y llena de occidentales moviéndose sin cesar, he hallado lugares en los que la vida transcurre igual desde hace varios siglos y donde he sido el único rostro pálido.

El silencio ha sido mi compañero y me ha permitido seguir con este proceso de conexión conmigo mismo que, por casualidad, empecé hace 9 meses y medio. He sentido la fuerza de la naturaleza en cada meditación y experimentado sensaciones profundas de paz interior. La cercanía de mi regreso ha despertado ciertos miedos y la soledad me ha permitido observarlos, aceptarlos y desapegarme de ellos.

Miles de retos me esperan a mi llegada y creo estar listo para experimentarlos. Dónde vivir, cómo conseguir ingresos para mi supervivencia y varios detalles más son incógnitas para las que no tengo respuesta ahora. Por primera vez en mi vida, me da igual. Confío estar presente en el momento de toma de decisiones y encontrar las mejores opciones al andar el nuevo camino que empezaré en diciembre. Todo, en su momento.

De todo lo experimentado, vuelvo a quedarme con los cientos de sonrisas que los habitantes de la zona me han regalado a mi paso. Khop khun khap Tailand! (¡Gracias Tailandia!).

Stealth (2a Parte)

En la segunda mitad del viaje, el azar nos llevó a la isla de Koh Kood. Allí pasamos 5 noches en una «guest house» increíble. El lugar era muy tranquilo, tenía sofás y hamacas, una mesa de ping pong y un propietario más que cachondo. Pasamos los días viviendo cada instante sin mirar más allá. Para nada. Preguntas como ¿qué hora es?, ¿cuántos días nos quedamos?, o ¿dónde vamos mañana? perdieron todo su sentido. No importaba.

Celebré Halloween por primera vez. Si en casa ya me parece raro que la gente se disfrace en Noviembre, aquí, ni os cuento. Fue una noche divertida que pasamos con David, Kaïla, Abdou, Sarah, Melanie, Sam y Eva, los amigos efímeros que hicimos.

Lo más destacado de esos días fue la vuelta de la fiesta. Melanie, Sarah y yo decidimos irnos juntos y compartir el paseo que nos separaba de nuestros aposentos. Nada más salir, la segunda me dijo: «Tengo un regalo para ti. ¡Mira hacia arriba!» No tengo palabras para definir la belleza y la profundidad de aquél cielo.

Andamos un rato, hasta que el último atisbo de luz del bar donde estuvimos desapareció completamente, y les dije que yo me quedaba allí. Me tumbé en medio del camino y me perdí en la inmensidad del universo. Oyendo todavía la música de fondo, me quedé completamente absorto ante tal visión.

Por unos instantes tomé conciencia de cuán insignificantemente pequeños somos. Los dolores de cabeza que llenan nuestros pensamientos a diario pierden todo su sentido al observarlos desde la perspectiva infinita de aquella noche. No puedo saber si estuve allí 5 minutos o 1 hora.

Me levanté y, con las chancletas en la mano, emprendí de nuevo el camino de vuelta a la cama. Descalzo, quería moverme sigilosamente sin perturbar la calma que inundaba la zona, fundiéndome en el momento. Estaba tan oscuro que apenas podía intuir mis pies. Oía perros ladrando en las cecanías y, poco a poco, empezó a surgir una sensación de miedo en mi interior. Miedo a ser atacado por cualquier criatura salvaje en la negrura. Miedo a tener que enfrentar una posible amenaza, yo solo, en un lugar remoto del mundo.

Por suerte, o no, me di cuenta de la reacción física de mi cuerpo en aquél preciso instante. Los latidos del corazón y mi respiración se habían acelerado, sentía cierta presión en el centro del pecho y mi temperatura corporal era más alta. Estaba alerta. Listo para empezar a correr o gritar si tal peligro se confirmaba. Imaginaba serpientes gigantes. Construí historias con final trágico en segundos.

Al observarlo, aprecié que ese efecto se había generado en mi cabeza. Era 100% irreal. Mi mente me estaba jugando una mala pasada y el cuerpo así lo reflejaba. Sentí un escalofrío que me recorrió toda la espalda. Se me puso la piel de gallina. Me había percatado que por unos minutos había dejado de estar caminando en un paraíso nocturno para perdreme en el fantástico, y aterrador, mundo que yo mismo estaba construyendo en mi cabeza.

Al liberarme, volví a sentir esa misma paz que había experimentado tumbado en el suelo unos metros atrás. Me desapegué del miedo inventado. Tener esa perspectiva que se puede palpar al observar la naturaleza en estado puro, es tan de difícil de recordar como importante para soltar las emociones y sensaciones desagradables que nosotros mismos, inconscientemente, creamos.

Ahora que mi regreso se acerca, se plantean una serie de retos. Destaco, como el más considerable, el seguir siendo capaz de encontrar ese espacio entre la conciencia, o atención, y mis pensamientos. Esa perspectiva. Esa aceptación de lo que es. Tal cual. Sin juicios, ni historias autogeneradas.

Stealth (1a Parte)

Escribo desde Trat. Emprendí un viaje con Javi (al que os presenté en el post El despertar de la cucaracha) que durará algo más de 10 días. Partimos con un único objetivo: dirigirnos a la provincia de Isaan. El plan, es que no hay plan. Vamos a ciegas, en busca de ningún lugar, dejando fluir el azar. Las recomendaciones de las personas que nos vamos encontrando guían nuestros pasos.

Salimos el lunes pasado por la tarde y decidimos hacer la primera parada en Khon Kaen, ciudad que alberga una parada de autobuses que nos conectaba con todo el este del país. Traíamos un mapa de la provincia, escrito en tailandés. Indicamos la zona de playas y nos recomendaron ir a una ciudad impronunciable. Debíamos hacer escala y subirnos a un tercer autobús para llegar hasta allí.

Al aterrizar en ese punto intermedio, evidentemente, fuimos incapaces de reproducir el nombre que nos habían dicho. De hecho, ni siquiera sabíamos dónde estábamos en ese momento. Nos miramos y, casi al instante, supimos que, en realidad, no teníamos porqué ir allí. Nuestras opciones eran infinitas, o casi, así que ¿por qué tratar de ceñirnos a algo en concreto?

Después de 22 horas de trayecto, acabamos en Chanta Buri, donde seguimos con nuestras charlas interminables, sobre cómo acceder al aquí y ahora, mientras paseábamos por las caóticas calles de la ciudad o tomando una cerveza a la orilla del río. Fuimos al parque municipal, meditamos y poco más. Decidimos seguir viajando haciendo auto-stop.

Un hombre al que conocimos a nuestra llegada nos sugirió ir a Laem Sing. Y eso hicimos. Nos costó algo más de una hora, bajo un sol abrasador, encontrar nuestro transporte. El Pick-Up iba cargado con lo que parecía un ataúd blanco con decoraciones doradas. Hicimos una parada donde descargaron el artefacto, que resultó ser un altar que iba a presidir una cerimonia budista. ¿Hablamos de percepción? Ah, no. Ese tema ya lo traté.

La siguiente parada fue Chao Lao que, al igual que Laem Sing, es un destino turístico lleno de Resorts. No es una zona visitada por turistas extranjeros, por lo que todas las indicaciones eran jeroglíficos para nosotros. La tasa de ocupación hotelera es prácticamente nula en esta época, lo que nos permitió estar prácticamente a solas allá donde fuéramos. Los lugareños tienen esa genuinidad y timidez típica de los pueblos no «occidentalizados». Oímos risas, incluso carcajadas, a nuestro paso.

Hemos tardado unas 4 horas y media para llegar a Trat, a 100km de distancia aproximadamente, tras habernos montado en 8 coches distintos. ¡Qué gran idea tuvimos! Caminar bajo el sol cargados con nuestras mochilas es tedioso, pero la sensación de subirte a un coche sin saber si te han entendido exactamente es alucinante.

Para cerrar esta primera parte del viaje, quiero mencionar una frase que me marcó. La semana pasada vimos la película / documental Searching for Sugar Man. En ella, uno de los protagonistas dijo: «Los obstáculos son una gran fuente de inspiración». Si enfrentamos cada situación desagradable como un reto, la connotación negativa que les damos al juzgarlas como problemas desaparece, y podemos estar libres de emociones incómodas y ser más creativos en nuestras acciones. No es tarea fácil, pero creo que merece la pena esforzarse para convertir esta práctica en un patrón de funcionamiento habitual.