Ahí estaba yo, en el centro Dipabhavan, en el cuarto día de mi último retiro en este viaje. Tumbado en la cama con colchón de madera, podría decir que estaba haciendo balance de estos 10 meses en tierras del sudeste asiático, mientras esperaba el repicar de la campana indicando la siguiente sesión de meditación. Pero mentiría. Lo cierto es que estaba divagando, perdido entre cientos, o mejor dicho, miles de recuerdos.
Absorbido en este pasado reciente, surgió una pregunta más bien poco sorprendente. -¿Y si no vuelvo a casa?, me dije. -Total, ahora ya estoy aquí y podría tratar de volver a cambiar la fecha de mi billete y hacer durar esta experiencia unos meses más.
Aparecieron innumerables sensaciones y deseos de aventura. Me queda tanto por descubrir: Laos, Cambodia, Malasia, Indonesia, y su cultura, personas, naturaleza, centros de meditación… La sorpresa del qué pasará mañana o la no necesidad de llevar un reloj, entre muchos otros factores, eran como un flan derritiéndose en mi boca. Ante tal perspectiva, me encontré salibando con infinitos planes apareciendo en mi cabeza como por arte de magia. No me había dado cuenta y ya estaba haciendo números para ver cuántos días más podría sobrevivir aquí sin ingresos.
Nada que hacer. Nada. En absoluto. Ese ha sido el contexto de mi aprendizaje en este viaje. De esta fuente han emanado todos los aspectos vitales que he ido interiorizando. Un aburrimiento insufrible me ha llevado a la más pura y penetrante sensación de soledad, que ha sido mi mejor maestra. La aparición de mis dos granded amigos ha sido clave para evitar que mi amargura momentánea me llevase a la locura, a un camino oscuro y sin salida. Ellos han sido el regalo, el ancla a la realidad, que el universo me ha enviado para que, juntos, nos hayamos guiado y acompañado en este tortuoso camino de descubrimiento interior.
Me repito la misma pregunta ahora: -¿Y si no vuelvo a casa? Y añado: -Aquí podré recrear las mismas condiciones en las que todo sucedió, fácilmente. Se puede palpar en la cultura. Y ya no es algo desconocido para mí. En casa, es imposible. Hay mucho ruido. Mucha crisis. Mucho «tienes que» o «no deberías».
¿Lo véis? Porque yo tardé varios minutos… ¡Mi apego apareciendo a hurtadillas por la puerta de atrás! Justificaciones basadas en proyecciones a futuro me habían llevado a un mundo, para nada desconocido, de fantasías y expectativas. A esto, añado el autoengaño de pensar que volver a vivir en un monasterio por tiempo indefinido sería fácil, cuando en realidad me estremezco ante la perspectiva de deber enfrentar, de nuevo, todo lo que ya viví. ¡Me pillé!
He aprendido que este viaje no empezó el pasado 28 de enero, sinó mucho antes. El camino que estoy andando surge solo, por sí mismo, bajo mis pies. El próximo paso, Barcelona. ¿El siguiente? Ni idea.
Ahí lo tengo. El reto que tanto me apetece vivir.
NO TORNIS!!!hehehe Si estàs en un somni, fes-lo perdurar!
era jo qui t’ho deia