Hoy, Thi Thi, la dueña de la fonda donde nos hospedamos, nos ha invitado a una celebración de Luna Nueva en el monasterio de Kalaw. Debían ser cerca de las 11.30 de la mañana.
Para empezar, nos ha llevado a ver como comían los monjes y ha insistido en que les sacáramos unas fotos. Lo cierto es que nos generaba un poco de apuro pero, vista su insistencia, hemos acabado accediendo.
A continuación nos hemos dirigido a un comedor de civiles ocupado por unas 100 mujeres y 5 hombres. Había un ajetreo constante y las mesas redondas, a un palmo y medio del suelo y de unos 6 comensales, rebosaban de distintos platos de comida de la etnia Shan.
Nada más entrar, hemos podido sentir como la mayoría de sus ojos nos escudriñaban ya que éramos los únicos foráneos. Gina parecía una rock star acompañada de un jugador de basket (jamás me había sentido tan alto).
Nos hemos sentado en el suelo, en una mesa ocupada por 4 mujeres que nos han recibido con grandes sonrisas y muestras de afecto. Parecía que ninguna de ellas hablaba una palabra de inglés, ya que Thi Thi nos hacía de traductora todo el rato.
Todo ha fluído así hasta que les he dicho que me dedico a dar clases de meditación. De pronto, los ojos de una de las mujeres, llamada Naing Naing, se han encendido y ha empezado a hacerme preguntas en inglés. ¡La muy monja se lo tenía callado! A los pocos minutos, me ha preguntado si estaría interesado en conocer al Sayadaw (abad) del monasterio y a su mano derecha. He dicho que sí sin dudarlo. Sentía cierta pereza por la barrera del idioma pero he tomado conciencia de ella, la he respirado y se ha desvanecido rápidamente. He mirado a Gina y ha asentido con la cabeza.
Primero hemos conocido al segundo de a bordo. La conversación, si así puede llamarse a lo que hemos tenido, apenas ha durado unos minutos. Hemos intercambiado varias sonrisas y nos ha despedido muy amablemente después de ofrecernos te y unos dulces locales.
En segundo lugar, hemos ido al kuti (aposentos) del Sayadaw. En un principio, pensaba que en 3 minutos estaríamos fuera ya que había poco o nada que hablar; pero se han convertido en 45 y hemos mantenido una larga e interesante charla de meditación, con Naing Naing como intérprete.
Bueno, más que una charla, yo le hacía preguntas acerca de mi práctica personal y él me aclaraba mis dudas. Hemos vivido un intercambio maestro-alumno que me ha hecho perder la noción del tiempo. Ha sido un encuentro inesperado y mucho más que provechoso que me ha dejado con una profunda sensación de satisfacción y creatividad.